Y vuelvo a mí, del Sur, vuelvo a mi Norte,
lamiéndome la duda como una perra herida,
un gesto de salitre me acompaña
y la sonrisa torpe, grisácea por el polvo
de la batalla inútil, que pende de mis labios.
Reir ¿Por qué? ¿Por quién? si no hay motivos,
llorar tampoco, no, ¿Por qué llorar?
no hay un sólo motivo en estos días
para acercar la mano enternecida
al rostro de algún hombre.
Dentro de mí, temblor de escarcha leve
y más silencio junto que en la tumba del viento
y es que se vuelven fríos los cadáveres,
a poco de morirse entre mis pechos,
ahítos de morderme.
Y uno más y van todos y van tantos
que no me da el recuerdo para ansiarlos
ni los músculos para cavar las fosas
dónde enterrar sus letras.
Alquien me roba un día un pensamiento,
lo mastica y lo escupe porque no lo domina
y le resulta extrañamente acre.
Alguien me besa un día mientras roba
pedacitos de lengua, gotitas de saliva
y me deja pariendo soledades,
cada vez más estéril
y cada vez más seca.
Nace una cruz del Sur sobre mi Norte frígido
y el cementerio crece alborozado.
Hoy es un viernes más de fuegos fatuos.
Me indentifico mucho con el poema, Mormor.
ResponderEliminarHay estados en los que solamente acampa la desesperanza.
Besoooooooooootes
Así es, chini. Menos mal que nos cambian los biorritmos.
EliminarGracias, guapa.
Muy triste amiga.
ResponderEliminarSí, no es precisamente la alegría de la huerta, Gata. (ríome).
EliminarUn abrazo, Marylin.
La pirámide roba el cielo a veces, para sembrar el sur con la estrella polar en sus adentros, y noches que agonizan esplendor en los desiertos.
ResponderEliminarY tú, melancolía, ignis fatuus que amanece...
Buenos días, Tristeza.
Un beso.
Buenas noches, Manuel.
ResponderEliminarUn beso.