
Ya sólo escribo cuando tengo ganas
de que suelten los pájaros sus trinos
y las palabras digan lo que siento
sin echar mano de ningún oficio.
Lo sabes tú de sobra, como sabes
que ya no me seducen los berridos
de la desolación cuando, impertérrita,
cruza los flancos de cualquier camino
y busca la manera de arrojarse
al fondo trastornado del abismo.
Me he vuelto cicatera con el don,
avara de mi voz de amargo cítrico
que saco de paseo cuando advierto
que el sentimiento quiere hacer ruido,
porque precisa declarar la vida
mientras llena del alma los vacíos.
Y la emoción no ocurre como antes
que me embargaba el tiempo del suspiro
y la pasión jugaba, revoltosa,
levantando las faldas del estío
para enseñar los muslos bronceados
al más salvaje de mis enemigos.
La Épica se mata de distancia,
resucita en la lengua de los signos
y en la embestida breve del vocablo
sobre el cuerpo desnudo del cuchillo
que sueña con clavarse en la retina
del que te ame siendo un asesino.
Qué elocuente tu voz si tienes ganas
de empujar a la mía al torbellino.
La Lírica se arrastra tras la huella
de lo que pudo ser, pero no ha sido.
}{
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