Él me dijo mañana y el mañana llegó
sin que yo le negara jamás en mi presente.
Incógnito viajero, por mi cuerpo pasó
como un puñal de rosas, esclarecidamente.
Los futuros vacíos que el sexo no llenó
se mecen en el filo de un tiempo indiferente.
Su relámpago pálido nunca se arrepintió
de cegarme los ojos. Yo le abrasé la mente.
Si el señor de los tristes me mira desde el fondo
de sus ojos pretéritos, mi cuerpo se amanece
de una forma distinta: vibrante, extraviado.
La memoria es un tigre salvaje, agazapado,
que acaricia de muerte y de muerte adolece.
Si me roza el aliento del señor de los tristes,
si pronuncia mi nombre siendo noche cerrada,
el día entre mis manos se agita tembloroso,
el sol es menos cierto y el aire belicoso
me restalla en el rostro como una bofetada.
La ciudad se enrarece de autobuses marchitos,
de taxis alunados, de gente macilenta
y en las calles persisten los pasos de la noche.
Sus neones vomitan, sin descanso, el reproche
del señor de los tristes. Amenaza tormenta.
Comentarios
Publicar un comentario