Yo fui la frágil musa de un poeta maldito
de ojos oscuros, ciegos, de un brillo de fusiles:
un diluvio de gestos y palabras hostiles,
aguacero de junio salvaje y fortuito.
Fuí la exacta medida de su verbo proscrito,
Eutherpe aquilatada por mil letras prensiles
y entre lagos de cieno y amenazas sutiles
me creó y me deshizo, más allá de lo escrito.
Yo, liberta de mí, miro su prisionero,
colgado de la soga del verso traicionero
que le clavé un mal día con un puñal de sombra.
Péndulo en su latir de escala planetaria,
en acero mutó mi boca temeraria
y ya sólo es poeta, si mi boca le nombra.
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