El amor es un rostro tallado en la penumbra
con el buril exacto de cada circunstancia
unas veces impío, otras piadoso
sátrapa o libertario
según te inclines sobre el blanco papel.
Todos son temporales, todos sin excepción
te dejan de morder en la consciencia
y acaban confundidos
en la dura argamasa existencial
de sangre y semen
como atávica memoria del deseo
y sin embargo
el amor tiene un rostro inconfundible
apenas entrevisto con los ojos del alma
de un sólo hombre
que siempre permanece
por intuido
como el perfecto látigo del sentimiento
Leónidas y Jerjes en encontrada unión
y el armonioso espanto de su simbiosis
en la mítica amorosa del enigma.
No todas las mujeres lo conocen
ni todas lo conciben aferradas
al último peldaño
de la escalera gris de la emoción
que siempre llega a muerte
pero otras lo sienten cuando salta salvaje
el muro de los sueños
y llegan a morderlo en su brutal certeza prehistórica.
El amor es un hombre que habita lo entrañable
y aglutina en su instinto la bipolaridad
de Dios y del Diablo
y la pone a los pies de tu imaginación
jugándose la vida
sin dar un paso atrás
hasta tu vientre místico.
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