Se me ha perdido el alma ¿No lo sabes?
Se me cayó de bruces contra el suelo
y se añicó en cristales de desvelo.
Ahora sólo estoy quemando naves.
La loca cabriola de mis aves
sobre la pantomima de tu celo
se agotó como un acre caramelo
lamido hasta la médula. Las claves
que unieron nuestras bocas perturbadas,
se perdieron también, emancipadas
en territorio extraño a la inocencia.
Me ves disimular el almacidio,
mientras llega tu voz desde un presidio
a liberarse con mi inconsistencia.
Está en su derecho de quererme
de frente, de soslayo, de perfil,
apoyado en el borde del pretil
del pozo en que me abismo para serme.
A su manera lucha por tenerme,
rebelde hasta el descaro en el viril
discurso con que va de lo gentil
al zarandeo de mi instinto inerme.
No digo que no toque mi emoción
ni digo que mi arisco corazón
no se conmueva con su absurda entrega.
Pero ha sabido siempre que el fracaso
ante mi realidad le marca el paso.
Con él no he sido nunca una estratega.
Él cambia de faceta cuando se aplaca,
pasa del amour fou al resignamiento.
Lo que era un transido enamoramiento
se pone la careta del toma y daca.
Tiene la inteligencia dipsomaniaca
y abusa del alcohol de mi sentimiento,
como un golfo que alcanza el refinamiento
inventándome pura y paradisiaca.
Voraz como un infarto si me acomete,
alegre si consigue ponerme en brete,
disfruta como un cerdo en un sucio charco.
Y a mí que hasta le añoro cuando se esconde
y se pierde en el tiempo, me corresponde
desviar sus pelotas fuera del arco.
No me fío de ti. Ya no me fío,
ni creo que te turben mis desdenes,
porque a pesar de todos tus vaivenes
jamás le puse coto a tu albedrío.
Tú elegiste marcharte cuando el frío
tomaba posesión de los andenes,
gélido pasajero de mis trenes
en la estación final de un desvarío.
Como si el tiempo no hubiera pasado
regresas sin conciencia de pecado
con el amor a punta de reproche.
Y yo, que soy más dura que tu historia
y guardo tu dolor en la memoria,
no me fío de ti, por esta noche.
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