Tú sabes de tu amor, yo sé del mío
y de mis lealtades sin cegueras.
La culpabilidad: un triste lujo
que no equilibra el resto de miserias,
y ya no me permito ni desnuda
ni vestida de falsa primavera.
Si no lo sabes todo, quién lo sabe,
quién irá más allá de la escollera
donde naufraga la media mentira
en la verdad a medias de un poema
que manipula el tiempo de los vivos
con la falta de fe de un anatema.
Hay poemas de amor, breves rituales
para ponerle rostro a la quimera,
palabras nunca dichas cara a cara,
venenos que se guardan en reserva
para beber en tiempos de sequía
si la inseguridad se da la vuelta
y nos masacra el alma a su albedrío
y nos deja sin armas de defensa,
por mucho que le exijas al espíritu
que salga de su impávida caverna.
El Dios de los Excesos, semioculto,
está dormido al fondo de mis penas
en la hondura del pozo que percibes
enfermo de los códigos que enfrentas
tan duro como yo, tan des-almado
como un esclavo absorto en sus cadenas
que dejó de soñar con libertades
porque jamás obtuvo una respuesta.
Qué me puede importar que pase el tiempo
y siga sin derecho a abrir las puertas.
El escándalo y yo somos amantes
juzgados por la ajena inconsecuencia.
No pediré perdón por estar viva
desde la plenitud de las ideas,
como no me pidieron por dejarme
inválida de luz, castrada y muerta.
Me ha lamido los pies, manso inconsciente,
un animal marítimo, la bestia
de lengua inasequible al desaliento
que se ha desalentado en mis caderas
y una vez más regresa hacia el mordisco
y una vez más se rinde ante la ausencia.
Tú sabes de tu amor, yo sé del mío
y ambos sabemos cómo se rebela
el instinto en la letra del futuro
con la desesperanza en pie de guerra.
Por todo lo que dí no lloro nunca,
de lo mucho que doy, no llevo cuentas.
No te tortures más que están mis ojos
mirando un nuevo círculo que cierra.
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