No recuerdo en Madrid un terremoto,
será que tengo la memoria frágil
y he olvidado los que ya pasaron.
Hoy sentí en Madrid un terremoto,
seguro que mañana se me olvida su tembloroso hedor.
(MdP)
No se adapta el pasado al pensamiento
y en el verano llega como fría cellisca
a llenar la memoria de rojos sabañones
y de vinagre denso las arterias.
Es un torturador del tres al cuarto
que aparece, greñudo, huroneando grietas de emoción
que estaban taponadas de piedad y de olvido.
Si no lo llamas tú, lo llama otro,
pero el caso es que vuelve con su cara de idiota despistado,
inoportuno siempre
como un grano de pus en la piel del deseo,
a revolver basura en el presente
con el lenguaje oscuro de los puños
dispuesto a no dejarte un hueso sano.
Y otra vez el agobio y la ansiedad y el ictus
que deja mal parado el sentimiento,
con ese déjà vu que no termina
de prorrogar el tiempo de la duda.
Y una ahí, sin querer revivir lo que morí contigo,
ni oler la mierda fraudulenta
de todas las mujeres caducadas
como si fueran nuevas y vigentes.
Ahí sin querer recordar su obsceno facilismo,
ni cómo desembocas en la misma cloaca.
Yo no quiero escarbar y romperme las uñas
en la insatisfacción de un tiempo muerto
que regresa corrupto como un zombie.
No me embadurnaría con su fango
ni creyendo que fuera milagroso
para sanarme del insomnio que tengo
desde que sólo duermo en tus pupilas.
Todo huele a podrido en el pasado,
y una ahí, como Ofelia, entre estertores,
mientras le dan por culo a Dinamarca.
será que tengo la memoria frágil
y he olvidado los que ya pasaron.
Hoy sentí en Madrid un terremoto,
seguro que mañana se me olvida su tembloroso hedor.
(MdP)
No se adapta el pasado al pensamiento
y en el verano llega como fría cellisca
a llenar la memoria de rojos sabañones
y de vinagre denso las arterias.
Es un torturador del tres al cuarto
que aparece, greñudo, huroneando grietas de emoción
que estaban taponadas de piedad y de olvido.
Si no lo llamas tú, lo llama otro,
pero el caso es que vuelve con su cara de idiota despistado,
inoportuno siempre
como un grano de pus en la piel del deseo,
a revolver basura en el presente
con el lenguaje oscuro de los puños
dispuesto a no dejarte un hueso sano.
Y otra vez el agobio y la ansiedad y el ictus
que deja mal parado el sentimiento,
con ese déjà vu que no termina
de prorrogar el tiempo de la duda.
Y una ahí, sin querer revivir lo que morí contigo,
ni oler la mierda fraudulenta
de todas las mujeres caducadas
como si fueran nuevas y vigentes.
Ahí sin querer recordar su obsceno facilismo,
ni cómo desembocas en la misma cloaca.
Yo no quiero escarbar y romperme las uñas
en la insatisfacción de un tiempo muerto
que regresa corrupto como un zombie.
No me embadurnaría con su fango
ni creyendo que fuera milagroso
para sanarme del insomnio que tengo
desde que sólo duermo en tus pupilas.
Todo huele a podrido en el pasado,
y una ahí, como Ofelia, entre estertores,
mientras le dan por culo a Dinamarca.
Yo no vuelvo.
Yo sigo aquí, estoy, no me fui nunca,
y allá cada razón con sus ausencias.
Y no hablaba de ti, pero si quieres
me invento algún aroma afrodisíaco
que te recuerde el tiempo transcurrido
entre tu claridad y mi penumbra.
Me invento una pasión, un sentimiento
incólume en el tiempo y el espacio
y borro de un plumazo todo lo que he vivido
-bueno y malo-
en más de 15 años de lucha sin cuartel,
de la que nada sabes por más que, alguna vez,
te acerques y me mires a los ojos,
por ver si no me he muerto, definitivamente.
Mientras vienes y vas yo no te hago preguntas,
pero esta vez me obligas.
¿Qué necesitas, dime, para volver a ser
el mejor gladiador en las arenas
de este circo estruendoso?
Dímelo y te lo finjo, si me levanto actriz, un día de éstos.
Dímelo y te lo doy, porque te tengo ley,
pero hasta el hueso, no, a ras de labio,
que mi salto de térmicas
no incluye el esqueleto que he donado
a la ciencia amorosa de un futuro imposible.
Tu fantasma no hiede en mi presente
(deja de lamentarte)
conserva su perfume primigenio de intensa bonhomía,
pero, no te equivoques ni te arrogues
el derecho a la herida de un mal clavo pretérito,
su valor como herrumbre
su peso de ponzoña,
porque sólo me duele el del presente:
el clavo inamovible que en una noche lóbrega
de la que no esperaba salir vivo,
me eligió sobre el mundo
para morir en paz.
Yo no tengo motivos
y no tengo intención alguna de olvidarte.
¿Acaso debería?
Comentarios
Publicar un comentario