A MLG
Lo peor no es ser ciega de nacimiento
y eternamente ciega.
Lo peor es ver sin verse
o no ver más allá de los cuatro olvidos
anudados al vientre.
No ver tras el azogue del espejo
tu verdadera cara,
mientras la vista se desliza
por algún rostro extraño.
No es la soledad límpida de un día,
son las paredes llenas de ventanas mutantes
sordas, ciegas, mudas,
sin un rasguño en la cal
y las mesas de sensual caoba,
tersa y encerada, que brillan
obscenamente desnudas de retratos.
Es el puzzle abandonado
con esas tres piezas imposibles
de aristas escondidas y cambiantes
que dejan la llaga abierta
sobre el paisaje bucólico
de antiguos candores verdes.
Lo peor no es no soñar,
es el vacío de recuerdos
cuando el insomnio golpea
y el alzheimer de esa queja
de la que no te puedes quejar.
No es no ser pájaro
sino haber cercenado tus alas
-como las geishas sus pies-
cuando eran incipientes en tu espalda.
Y no es el pecado, no.
Lo peor de cualquier final
es no haber podido dudar
en su intersección bendita,
alguna vez.
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