Si no fuera por esa mujer a la deriva
que me llena los ojos de turbias realidades,
la que cierra los bares
y abre ventanas
de tristeza infinita,
o aquella otra, dulce,
que me llena los ojos de turbias realidades,
la que cierra los bares
y abre ventanas
de tristeza infinita,
o aquella otra, dulce,
que amamanta la luna
sin un niño feliz que le sacie el instinto
de inmaculada hermética.
Si no fuera por ellas
las que reclaman
mi atención desde lívidos cardenales,
mujeres que remontan amaneceres
de golpe y pedernal anochecido,
las siempre quietas
sin un niño feliz que le sacie el instinto
de inmaculada hermética.
Si no fuera por ellas
las que reclaman
mi atención desde lívidos cardenales,
mujeres que remontan amaneceres
de golpe y pedernal anochecido,
las siempre quietas
mansas
impotentes
de espadas envainadas por el miedo.
de espadas envainadas por el miedo.
Si no fuera por tantas vírgenes rotas,
adolescentes ebrias de los futuros
de metálicas manos y úteros viejos
para engendrar la vida.
Si no fuera por mí, que me parieron,
sobre un montón de sombras femeninas,
quizás entendería cuanto escribes
en ese eterno y feble orgasmo lírico
repleto de humedades acalambradas,
que no se te descuelga de entre las piernas,
como si en este mundo no existiera
más que la rumba de tu espasmo líquido.
Quizás no te escupiera como te escupo,
desde el dolor de tantas
que son las mías.
desde el dolor de tantas
que son las mías.
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