Nada podrá impedir que tú me quieras:
ni la muralla china de mujeres danzantes
que absorben delirantes trocitos de tu envés
ni el juego iconoclasta de la obsesión que arrastra
por otros derroteros tu carne de papel.
Ni el humo del incienso que acaricia tu rostro
ni que te pierdas hosco por calles de metal
ni neones fulgiendo en todas las aceras
ni dos mil primaveras riéndote al pasar.
Ni susurros de fuego subiendo por tu espalda
ni revuelo de faldas bailándote en la voz
ni brazos que te abracen ni bocas que te finjan
ni dientes que te aflijan el bies del corazón.
Ni pajaritos torpes comiendo de tu mano
ni desnudos paganos de venus de cristal
ni la pasión virtual con muslos de alabastro
ni alicias disfrazadas de clandestinidad.
Ni poemas latiendo lascivos contra el tiempo
ni perras que te ladren el gozo de vivir
ni putas ni decentes ni un tren de sentimiento
te harán cambiar -lo siento- lo que sientes por mí.
ni la muralla china de mujeres danzantes
que absorben delirantes trocitos de tu envés
ni el juego iconoclasta de la obsesión que arrastra
por otros derroteros tu carne de papel.
Ni el humo del incienso que acaricia tu rostro
ni que te pierdas hosco por calles de metal
ni neones fulgiendo en todas las aceras
ni dos mil primaveras riéndote al pasar.
Ni susurros de fuego subiendo por tu espalda
ni revuelo de faldas bailándote en la voz
ni brazos que te abracen ni bocas que te finjan
ni dientes que te aflijan el bies del corazón.
Ni pajaritos torpes comiendo de tu mano
ni desnudos paganos de venus de cristal
ni la pasión virtual con muslos de alabastro
ni alicias disfrazadas de clandestinidad.
Ni poemas latiendo lascivos contra el tiempo
ni perras que te ladren el gozo de vivir
ni putas ni decentes ni un tren de sentimiento
te harán cambiar -lo siento- lo que sientes por mí.
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