No se hace mi pupila a su desgana.
Le pienso, sí, le pienso, pero dónde
el don de la caricia que se esconde
tras una timidez copernicana
que orbita alrededor de mi manzana
mintiendo en morse, titilando en verde.
Dónde, mi rey pragmático, se pierde
la escrupulosa voz de lo prohibido.
A qué tanto silencio pervertido
si no me excita el perro que no muerde.
Y a los que muerden los domesticás. Por eso hubo que mandar a traer un licaón.
ResponderEliminarSlijâ, se me chispoteó...
Que me disculpe a mí el licaón por haberle dejado sin colmillos, aunque igual se cree que todavía hace pupa con ellos. Ya se sabe que los licaones son muy pagados de sí mismos. (ríome)
EliminarAys..