La niña que sabía desnudarse
y bordear arenas movedizas,
la de las manos sucias y aprendizas,
dejó la infancia atrás, sin inmutarse.
La niña del enjambre callejero,
-desprotegida avispa de suburbio-
creció en los malecones de lo turbio,
amarradita al fango del estero.
El borrón de su boca sin palabra,
pinta en su tierna faz, risa macabra,
de la inocencia herida en descampado.
No te rías así (niña-muñeca
de obscena porcelana) con la mueca
de Alicia de otro mundo y su pecado.
y bordear arenas movedizas,
la de las manos sucias y aprendizas,
dejó la infancia atrás, sin inmutarse.
La niña del enjambre callejero,
-desprotegida avispa de suburbio-
creció en los malecones de lo turbio,
amarradita al fango del estero.
El borrón de su boca sin palabra,
pinta en su tierna faz, risa macabra,
de la inocencia herida en descampado.
No te rías así (niña-muñeca
de obscena porcelana) con la mueca
de Alicia de otro mundo y su pecado.
El pecado del mundo con la infancia,
es el único nunca perdonable.
Cualquiera puede ser justificable,
ninguno contra un niño y su fragancia.
Lo terrible no está en la circunstancia,
sino en quién se aprovecha abominable,
de un mal que no resulta amortizable
si mata lo inocente. No hay ganancia.
No es tu piedad lo que precisa Alicia
ni pide comprensión, porque no sabe,
ni siquiera que el mundo es de otro modo.
Es un caso flagrante de injusticia,
una vergüenza expuesta que no cabe,
más que en un mundo sucio por el lodo.
Gostei muitoooo!!! è realismo puro Com carinho Pedro Pugliese
ResponderEliminar