En lugar de perfilarme, creo que me emborrono un poco más cada golpe.
Envejecí en los últimos tres años más que en los diez anteriores.
Se me llenó la mente de arrugas y hasta peino canas por dentro de los ojos.
Ni pienso ni veo igual desde que el tiempo se hizo carne furiosa y se me abalanzó con códigos distintos para el dolor que sigue siendo el mismo.
Cualquier día me mata un coágulo de silencio en la voz de las carótidas.
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