Flotaba en el vestido
prêt a porter liviano,
como una adolescente desgarbada:
el pelo recogido
y la nerviosa mano
del escote al bolsillo, atropellada.
Tenía los ojos pardos,
la actitud contenida,
reveladora de íntima tristeza,
espinas de los cardos
florecidos en vida
que no mostraba por delicadeza.
Hablábamos los tres
con la lengua prestada
de ¡vaya usté a saber que tonterías!
La copa y los cafés
rieron madrugada
teñida del color de la armonía.
Y le miraba a él
como se mira a un novio
que nunca se ha tenido y se desea.
Una pena cruel
me traspasó de agobio
en la resaca gris de su marea.
Le dí lo que era dable:
al hombre de mi vida,
en una noche sin explicación.
Yo no era razonable
y ella avanzaba herida.
Razones tiene cada corazón.
prêt a porter liviano,
como una adolescente desgarbada:
el pelo recogido
y la nerviosa mano
del escote al bolsillo, atropellada.
Tenía los ojos pardos,
la actitud contenida,
reveladora de íntima tristeza,
espinas de los cardos
florecidos en vida
que no mostraba por delicadeza.
Hablábamos los tres
con la lengua prestada
de ¡vaya usté a saber que tonterías!
La copa y los cafés
rieron madrugada
teñida del color de la armonía.
Y le miraba a él
como se mira a un novio
que nunca se ha tenido y se desea.
Una pena cruel
me traspasó de agobio
en la resaca gris de su marea.
Le dí lo que era dable:
al hombre de mi vida,
en una noche sin explicación.
Yo no era razonable
y ella avanzaba herida.
Razones tiene cada corazón.
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