La infancia no se vence.
Ser poeta es un juego: intercambiar de cromos,
un salto de rayuela en el tráfago diario.
(Dímelo, atrévete a decirme
esas cosas que nunca me dirías
si no fueras poeta y no llevaras
un niño deslenguado en el bolsillo,
jugando a ser un hombre trascendente).
Se corre a tumba abierta,
sin miedo a los escombros y a los charcos
de gramáticas pardas
y se cierran las tumbas
con epitafios tristes en los mármoles.
Ser poeta es el grito de ¡towanda!
de las mujeres rotas,
y aquél desenfrenado de ¡maricón el último!
de hombres en carrera,
que no olvidan su infancia victoriosa.
Ser poeta es un juego: intercambiar de cromos,
un salto de rayuela en el tráfago diario.
(Dímelo, atrévete a decirme
esas cosas que nunca me dirías
si no fueras poeta y no llevaras
un niño deslenguado en el bolsillo,
jugando a ser un hombre trascendente).
Se corre a tumba abierta,
sin miedo a los escombros y a los charcos
de gramáticas pardas
y se cierran las tumbas
con epitafios tristes en los mármoles.
Ser poeta es el grito de ¡towanda!
de las mujeres rotas,
y aquél desenfrenado de ¡maricón el último!
de hombres en carrera,
que no olvidan su infancia victoriosa.
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