Elfo.

Sus pájaros cristálicos no son los míos
pero conversan sin despegar los labios
sobre aires remotos
y alguna vez, distantes,
intercambian sus plumas de silencio
por el placer de herirse
al arrancarlas de la carne viva.

A ver quién siente más,
a ver quién aguanta más el dolor,
a ver quién es capaz
de mantener más tiempo la sonrisa
mientras sangra  memoria
su  pandemonio hermético.

Sin preguntas ni respuestas
deja sobre mi tumba
anárquicas canciones como flores carnívoras
de Bach y sus adláteres
y lejos del cliché estereotipado

este Legolas loco

me mira a los ojos del asombro
por retarme a la vida
como si fuera una misión sagrada
heredada de un Aragorn

 visionario.

A la derecha de mi histeria está
sin haberle llamado,
fiero autosuficiente

de gatillo fácil,
protector a su modo de culto pandillero
fiel a sus alacranes,
leal al mío.

Ebrio del lúpulo
de su ferviente lupanar de letras,
ya es parte de Magicia.
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