Yo soy la sombra negada por la luz,
la del árbol de ramas extendidas
sobre las emociones.
No creas que me importa
ir vestida de sombra;
sé bien que cada cual,
esconde una tragedia oscurecida
tras la aparente luz de la mirada
que nunca muestra al mundo
y que los pájaros de la melancolía,
buscan la sombra tibia,
cuando quieren llorar sus alas truncas,
sin más espectadores
que el Dios reparador de vuelos rotos.
Mi sombra, por profunda,
se equilibra de gritos luminosos
y le ladra a la luna
cuando, desprevenida, finge que el sol es suyo,
como si no supiéramos
que anda malherida en su reflejo.
Siendo mujer y sombra
se vive desvaída, dueña de tapias tristes
de frescos cementerios florecidos,
ajena a los mil prismas
de aquellas cuentecitas de cristal
dónde rutila el mundo arrebatado
pariendo mil colores.
¿Y qué?
yo me adelanto a sus añicos
y no acato ningún toque de queda.
Me disparo en la niebla silenciosa,
trepo por los balcones oxidados
y me duermo desnuda, allá dónde las velas
no me alcanzan jamás.
De qué valen los juramentos
y los amores que se dicen eternos
ante el goteo incansable de instantes
que lavan la existencia.
El sol se cubre de crespones de olvido
y las voces se amordazan.
Siempre hay un nuevo tabique que derrumbar,
una fachada sucia a remozar
y apenas queda tiempo
de encender nuevas velas.
No vale desesperarse
ni perfumarse de tristeza ambigua
cuando vienen empujando
las necesidades de otros
a los que no perturba tu aroma.
Me arropo con las sombras
mientras el pasado, burlón,
ironiza sobre el futuro
-nebulosa hierática-
desde un presente equívoco
que siempre se escribe sin comas.
la del árbol de ramas extendidas
sobre las emociones.
No creas que me importa
ir vestida de sombra;
sé bien que cada cual,
esconde una tragedia oscurecida
tras la aparente luz de la mirada
que nunca muestra al mundo
y que los pájaros de la melancolía,
buscan la sombra tibia,
cuando quieren llorar sus alas truncas,
sin más espectadores
que el Dios reparador de vuelos rotos.
Mi sombra, por profunda,
se equilibra de gritos luminosos
y le ladra a la luna
cuando, desprevenida, finge que el sol es suyo,
como si no supiéramos
que anda malherida en su reflejo.
Siendo mujer y sombra
se vive desvaída, dueña de tapias tristes
de frescos cementerios florecidos,
ajena a los mil prismas
de aquellas cuentecitas de cristal
dónde rutila el mundo arrebatado
pariendo mil colores.
¿Y qué?
yo me adelanto a sus añicos
y no acato ningún toque de queda.
Me disparo en la niebla silenciosa,
trepo por los balcones oxidados
y me duermo desnuda, allá dónde las velas
no me alcanzan jamás.
No conozco el arte de evocar
los momentos felices,
las caricias perfectas,
los fríos atardeceres
con la leña crepitando en el hogar.
Todo se hace desvaído
ante el presente siempre eléctrico.
los momentos felices,
las caricias perfectas,
los fríos atardeceres
con la leña crepitando en el hogar.
Todo se hace desvaído
ante el presente siempre eléctrico.
De qué valen los juramentos
y los amores que se dicen eternos
ante el goteo incansable de instantes
que lavan la existencia.
El sol se cubre de crespones de olvido
y las voces se amordazan.
Siempre hay un nuevo tabique que derrumbar,
una fachada sucia a remozar
y apenas queda tiempo
de encender nuevas velas.
No vale desesperarse
ni perfumarse de tristeza ambigua
cuando vienen empujando
las necesidades de otros
a los que no perturba tu aroma.
Me arropo con las sombras
mientras el pasado, burlón,
ironiza sobre el futuro
-nebulosa hierática-
desde un presente equívoco
que siempre se escribe sin comas.
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