Conozco a la Innombrable.
Sé del miedo escondido tras las bocas
y cómo despedazan una a una
las letras de su arcano,
sólo si están a salvo de sus ojos.
(No me darás un nombre)
Conozco las calumnias soterradas
y el súcubo de ira y de nostalgia
que se mece en el aire
por ese tiempo lívido que pierden al mirarla
donde nace el deseo por lo oculto.
(No me darás un nombre)
Y tú, que duermes tus silencios
en las afueras de su boca extendida,
la seguirás llamando como a todas:
libélula y susurro, luna de día y tuya,
sin siquiera nombrarla.
Te está pidiendo un nombre
(desesperadamente)
vertiginoso y frío, donde reconocerse
después de tanta cólera incendiada
que anula su memoria
y no se lo darás
porque -en secreto-
la temes más que nadie.
El golpe herido
de mi nombre en tus sienes:
sangre y latido.
Un laberinto:
mi nombre victorioso
sobre tu instinto.
Sé del miedo escondido tras las bocas
y cómo despedazan una a una
las letras de su arcano,
sólo si están a salvo de sus ojos.
(No me darás un nombre)
Conozco las calumnias soterradas
y el súcubo de ira y de nostalgia
que se mece en el aire
por ese tiempo lívido que pierden al mirarla
donde nace el deseo por lo oculto.
(No me darás un nombre)
Y tú, que duermes tus silencios
en las afueras de su boca extendida,
la seguirás llamando como a todas:
libélula y susurro, luna de día y tuya,
sin siquiera nombrarla.
Te está pidiendo un nombre
(desesperadamente)
vertiginoso y frío, donde reconocerse
después de tanta cólera incendiada
que anula su memoria
y no se lo darás
porque -en secreto-
la temes más que nadie.
El golpe herido
de mi nombre en tus sienes:
sangre y latido.
Un laberinto:
mi nombre victorioso
sobre tu instinto.
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