¡Ay! de la roja flor de níveos hospitales,
la del perfume a muerte tan pegado a la vida,
la del alféizar blanco de sábana dolida
y corola de almohada sufriente en sus umbrales.
Qué seda mortecina sus pétalos mortales,
¡Ay! de la esperanzada sangrante en cada herida,
más pasional y hermosa en cuanto más suicida,
más libre si está presa detrás de los cristales.
La escarlata homicida que amaneció en tu pecho,
esquiva a las caricias, creciendo en el barbecho
de sueños inconclusos perdidos entre arena.
Lujuriosa ponsetia amante del lamento,
regada con las lágrimas del mudo sentimiento
por una despedida que se ahoga de pena.
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