Zarpó de mí un poema que llevaba mi espíritu
hasta la tensa orilla de tu boca.
Partió de mí con la sentina llena
de palabras feraces,
que serían semilla de otras nuevas, puras
y arrebatadas
de las que enamorarse lentamente.
La vida entera se convirtió en palabra
y el silencio cedió su imperio claustrofóbico.
Entre tú y yo no hay agujeros negros
ni tan siquiera en ciernes.
No hay dudas, ni reproches, ni fisuras
por las que otras lenguas deslicen su veneno.
Oímos los sonidos de la jungla,
el idioma salvaje del hombre involutivo
y cuando llega el miedo a destrozarlo todo
con garras neblinosas,
despejas la ecuación de la tristeza
y partiendo de ti llega el crepúsculo
a cubrirme de versos liberados,
como una nave apta para cualquier diluvio.
Todas las fotos viejas
terminan por llevarme a tus naufragios
y las tuyas
se emparejan vidriosas con las mías.
Hoy derroté los dogmas
huyendo por el polen de la palabra escrita
esperando ser flor y regalarme
para que no te rindas.
¿Y cuando ya no quedan fotos viejas ?
ResponderEliminarSiempre quedarán las palabras, Erik.
EliminarQué alegría leerte, acabo el máster en nada, he vuelto a escribir, que desde marzo no lo hacía y vuelvo a leer con atención...
ResponderEliminarSaludos Maestra, hermosas letras...!
ResponderEliminarSi al espíritu fue entregado el poema, sin duda llega a su destinatario.
ResponderEliminarNo hay distancia, ni separación alguna para que la palabra silenciada se haga forma y, de alguna manera, libere. Nada ni nadie puede envenenar a las almas que se entienden.
Que placer es leerte, Morgana, mi sincera admiración.
Gracias.
Un abrazo, y mis mejores deseos para ti, en todo...