Llámate mujer libre, doña Contradictoria,
y sueña libertades que no cuesten dinero.
Mete tripa y ensancha la línea divisoria
entre tus realidades de perrito faldero
y el golpe de su mano. Sigue pensando, ilusa,
que ha emigrado al planeta de los desesperados
y que un día, de nuevo, debajo de tu blusa,
buscará la ternura en tus pechos gastados.
Miéntete que es un niño perdido en el fracaso,
que no tiene la culpa de tantas violencias.
Acepta sus disculpas, pon cara de payaso
y ríele las gracias de sus ambivalencias,
que un mal día, seguro, lo tiene cualquier hombre
y dos y tres y cuatro. Tú sabes perdonar.
Espera a que envejezca, pobre niño, y te nombre
Miss mamá compresiva, dulce amante ejemplar.
Ajústate el disfraz de luto resignado,
cercena tu memoria y arráncate las alas,
llora como una viuda tu amor amaestrado
y para con el vientre sus imparables balas
sin rebelarte. No, no salgas a la calle
que el viento puede herirte cuando le des la espalda
y más vale lo malo que rodea tu talle,
que lo bueno que pueda amotinar tu falda.
Exígele después a tu hija que sea
lo que no fuiste tú, reclámale valor,
para que no la arrastre de un hombre la marea
y ruega a Dios que vea el verdadero amor.
Pídele dignidad, que sea por sí misma
capaz de concederse su propia libertad,
y así, contradictoria y al borde de tu cisma
te enfrentarás de golpe con toda la verdad.
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