Para que me suceda no es preciso
que se tumbe a mis pies la soledad
desmadejada
como un perro en verano
ni que la noche desperece ante mí
sus abúlicas fauces
como un negro jaguar
saciado con la carne del día que devora.
Sólo he de mirar porque sus ojos
no se cierran jamás ante los míos
y observan, migratorios, mi desierto
sin conjurar la lluvia con la que siempre aflora
mi olor inimitable de las dunas
que no esconden oasis beatíficos
ni prometen la sombra inexistente.
Su peligro se mira en mi peligro
porque sabe
que no soy de las que explican a Noé
qué es un diluvio
y en qué basa su trágico misterio
sólo porque mis manos entiendan de aluviones
y mi boca de fuentes.
Definimos aristas
sin excusas
con la crudeza exacta
de dos curvos alfanjes instintivos
con memoria de sus mutilaciones.
Un hueco no podrá
llenar jamás el vano de otro hueco.
Me sucede y le sucedo
inopinadamente cataclísmicos.
Y es bastante.
Ya es bastante.
¡Excelente!
ResponderEliminarMuchas gracias, Miguel, contenta de que te gustara el poema.
EliminarNos estamos leyendo.
Muy bueno!! Me encantó!
ResponderEliminarEs hermoso
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