Como me miras tú, miran los hombres
sin nada que perder
porque son dueños sólo de sí mismos
y de una exacerbada disciplina secreta
para resucitar en las palabras
cada vez que se ahogan de silencios.
Estoy por afirmar que el laberinto existe
para que te distraigas buscando la salida
y que no necesitas que pase por tu ombligo
el hilo de Ariadna que te lo ponga fácil
porque sabes de sobra que en todas las mujeres
hay un precio escondido
que no vas a pagar.
El gris inoportuno de estos días de cuerpos enjaulados
de sangre y pus
de herida amotinada
no es más que el cruel preludio de otra guerra mental
que no sabe cerrarse a los rituales trágicos
del francotirador que ama la vida.
Yo te veo dudar, pájaro extraño,
en el anfiteatro de mis ojos,
mientras cierras despacio
el tibio lupanar de las diosas menores
y te crecen las alas para tomar altura
y la risa en la mira telescópica.
¿Cuándo se aburrirán de mentirme en la boca
tus ojos de tuareg?
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