Aquí no queda nadie que me hable de ti
pero cualquier canción lleva tu nombre.
La noche entera se retuerce en canciones
como pájaros epilépticos
alineados
en tu cable de luz
jugando a sacudirse las plumas del pudor.
(Voy a acabar odiando
tanto gorjeo obsceno
con los cinco sentidos.)
Tus víctimas no saben que no lloras
salvo en casos extremos de distancia insalvable
ni acaban de entender que la palabra naúfrago
se pronunció por tí
y se escribe en el mar con tu nombre de isla
abierta a temporales,
y es porque no te leen las cicatrices
que no intuyen el tajo del futuro
en tu pecho tatuado.
Las realidades sangran sobre el papel del tiempo
mientras tu boca nómada
pasa la página de la ternura
hasta el naufragio próximo.
Quizás porque la noche está de frente
mirándome a los ojos como un oscuro amante
hasta podría creer
que tu alma no es fugaz, como mi carne
en la fingida eternidad de un verso.
Y a pesar de que sé
-porque yo también veo más de lo que te digo-
que en las profundidades de un alegre burdel,
se agita, siempre, un cementerio,
es hora de bailar sobre las tumbas.
Que no digan que soy una amarga por norma.
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