Yo no tomo pastillas para matar insomnios,
de esas que alinean los planetas
y ordenan cualquier caos.
Me niego a solventar sus algaradas
cerrándole los ojos al cadáver del mundo
y ajustando un condón a la verga del miedo
con los labios de la misericordia.
No hables de pastillas para frenar los ictus
o prevenir derrames cerebrales,
pues mi memoria es libre y mi mente rebelde
ante la sedación del sufrimiento
que la mantiene insomne
y a salvo de utopías que ojalá fueran ciertas.
Flota tú
en tu nube indolora
en tu nube indolora
dejándote mecer por opios recetados,
que yo quiero sentir los aguijones
de la locura cuando se me clavan
en los iris verdosos del espíritu.
No me corto en los muslos para sentirme viva,
pero menos confundo el amor con Maná
porque el último imbécil los usara
para meter la polla en mi intelecto.
Pruebo a darle seis vueltas
al cordón de la asfixia idealista
y sigue sin llover por estos pagos
llenos de zombies grises que se creen diferentes
por andar escorados
y son todos los mismos,
idénticos patrones
de la misma torpeza emocional
que no he necesitado ni en mis peores dudas,
menos ahora que mordí la noche
y me bebí su sangre.
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