que en la mujer normal también acecha
el atavismo ciego del instinto animal.
Que no sólo la flor
ni lo sutil del verso
ni la careta del deseo utópico.
Que es sangre derramada
que está exigiendo sangre de la entrega.
Que no teme al puñal del sentimiento
ni a que escriban su nombre
echando maldiciones
o conjurando miedos ancestrales.
Se le olvida a los hombres
que una mujer es más que un recipiente
en el que se eyaculan ansiedades,
que es mucho más que un cántaro repleto de vacío
en el que caben todas
las tristes confesiones de una boca.
Que hay un predador en cada amor
que una mujer amansa cuando quiere
o azuza si le excita,
que cuando elige a un hombre
no es porque la colme de atenciones
en alarde de amor civilizado,
sino por procrear guerreros fuertes
que defiendan su etnia de agresiones,
su corazón rapaz de otras rapaces,
su vientre de otras fieras
que no eligió por mansas.
Se le olvida a los machos que las hembras
no son tan sólo de agua transparente,
que son competitivas hasta la crueldad
y hay que tener valor para adentrarse
en sus densas arenas movedizas
con algo más que etéreas abstracciones.
Se le olvida al poeta que el amor
es una lucha a muerte
donde no cabe nunca la metáfora.
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