y cuánto tiempo yo me quedaré en los tuyos
que me buscan insomnes en esa oscuridad sin paliativos
como si no existiera
más boca que la mía en este maremágnum
de caricias violentas
y golpes de dulcísimo satén,
ahora que la vida te empuja inusitada
con fuego de mortero
y te muerde los pies para que corras
alrededor del círculo que cierra en el pasado.
Tú volverás a ti y a tu grito de guerra
y yo volveré a ser la más callada
cuando no me apetezca salir de la clausura
que protege mi nombre
de las virilidades disolutas
que provocan el verso y el milagro.
Y que vuelva el silencio a instaurarse
fagocitando sombras
con su reinado armónico sobre nuestras cabezas
riéndose del mundo
cada vez que nos besa las bocas de reírnos.
Será como un matarnos despacio y suavemente
porque antes nos vivimos en feroz turbulencia.
Matarnos sin repique glorioso de campanas.
No hay estruendo que valga en estas bodas
que celebro de espaldas al altar
de la maledicencia,
por si llegan los tiempos de fresas ácidas
para comer con chocolate ardiendo.
Y mientras tanto,
es bueno suicidarse en tu palabra
todos los santos días.
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