No es que no esté allí, o se haya muerto,
o sea algún concepto inverosímil
que cada uno pueda esgrimir a su antojo
barriendo para casa.
Tú sabes como yo, que Dios empieza
cuando termina el ritual de muerte
con que los hombres pierden su condición de hombres
y vuelven a la saña de las bestias.
Es tan extrema el ansia de matar,
debe ser un placer tan poderoso
que Dios se vuelve excusa en cualquier boca
de ateo o de creyente,
y todos gritan Dios, siendo el demonio
quien extiende el imperio de las moscas
sobre la carne muerta.
Dios anda como tú, a golpe de efedrina,
pegajoso de insomnios,
sudando por la piel de los cansancios
la inocente tiniebla de la sangre vertida.
Tapándose los ojos cuando aúlla el horror,
conteniendo el aliento y llenando hospitales
de gente perseguida y desahuciada.
Se cumple en ti el amor de su jauría.
II
Puedes ser tantas cosas
que enumerarlas
no entra en mis cabales.
Puedes hablar de rosas diminutas,
de altísimas palmeras cimbreantes,
de lo poeta que te pone siempre
la dura militancia del peshmerga
y del olor a muerte yihadista.
Deletrear el odio y contenerte
a la hora de matar a un fanático
que te discute cómo es la masacre
del hombre por el hombre,
desde el sillón de piel más negro y cómodo.
Puedes drenar las venas de la noche
con el suero que inventan por ti los hospitales
y ser cualquier engendro, menos sucio.
Nunca un soldado flaco fue tan limpio,
tan dueño de su propia transparencia.
III.
No tengo religión. Ignoro tantas cosas
que mi fe en un Dios universal
pasa por otros códigos sin ritos,
sin recintos sagrados,
sin símbolos ni estatuas,
sin dogmas radicales.
Algo en mí se amapola en tus ojos,
me vuelve roja, apasionada, extrema,
me incita al beso de tu hastiada boca
y a bajar por tu esófago
hasta el lugar donde se esconde el miedo
y el ansia de matar y la impotencia.
Soy una trasnochada que remonta
cualquier fatalidad cuando estás cerca
y eres el sacerdote que se lava las manos con mi sangre.
Cada arruga del tiempo te repite
mortalmente desnudo y vulnerable.
Entre mis letras, frágil,
como un niño forzado al homicidio.
IV.
Como una temblorosa profecía
se me presenta el alba sin aviso.
No tengo paz hasta que no regresas
desollando la noche
y escribes la barbarie de tu último mundo
con la mano sin dedos
y la garganta seca.
Polvo, sudor y sangre que me quiere
porque no hago preguntas
cuando conozco todas las respuestas.
El silencio a tu lado es un clamor
que pronuncia mi nombre
si mi amor se descalza frente al tuyo.
V
Algún día tus cartas se enterrarán conmigo,
igual que ahora duermen
la siesta interminable de tu ausencia.
Haré de tus palabras la mortaja
que envuelva mi cadáver
con esa calidez clarificada
que usas para hablarme de los sueños que niegas
porque aún te avergüenzas de tenerlos
en estas circunstancias aberrantes.
Tan sólido, tan duro, tan estoico,
tan protector, tan bicho reactivo,
quién me iba a decir que habría un pan
reservado en tu vientre,
para satisfacer todas mis hambres.
Me has dejado la boca preñada de palomas
que alimentas de noche
cuando se duermen todos los cuchillos.
VI.
Te ha crecido un canto con mi nombre
donde crece el motín y la algarada,
cerca de los estigmas y al galope
de los traumas ocultos para el mundo.
Relincha si se encela
y convoca la lluvia de los viernes,
enronquece de mar y de galerna
y desordena cuando se desata
la garganta del aire que nos une.
Nos ha crecido un canto de ida y vuelta
que se ha comido todas las distancias.
o sea algún concepto inverosímil
que cada uno pueda esgrimir a su antojo
barriendo para casa.
Tú sabes como yo, que Dios empieza
cuando termina el ritual de muerte
con que los hombres pierden su condición de hombres
y vuelven a la saña de las bestias.
Es tan extrema el ansia de matar,
debe ser un placer tan poderoso
que Dios se vuelve excusa en cualquier boca
de ateo o de creyente,
y todos gritan Dios, siendo el demonio
quien extiende el imperio de las moscas
sobre la carne muerta.
Dios anda como tú, a golpe de efedrina,
pegajoso de insomnios,
sudando por la piel de los cansancios
la inocente tiniebla de la sangre vertida.
Tapándose los ojos cuando aúlla el horror,
conteniendo el aliento y llenando hospitales
de gente perseguida y desahuciada.
Se cumple en ti el amor de su jauría.
II
Puedes ser tantas cosas
que enumerarlas
no entra en mis cabales.
Puedes hablar de rosas diminutas,
de altísimas palmeras cimbreantes,
de lo poeta que te pone siempre
la dura militancia del peshmerga
y del olor a muerte yihadista.
Deletrear el odio y contenerte
a la hora de matar a un fanático
que te discute cómo es la masacre
del hombre por el hombre,
desde el sillón de piel más negro y cómodo.
Puedes drenar las venas de la noche
con el suero que inventan por ti los hospitales
y ser cualquier engendro, menos sucio.
Nunca un soldado flaco fue tan limpio,
tan dueño de su propia transparencia.
III.
No tengo religión. Ignoro tantas cosas
que mi fe en un Dios universal
pasa por otros códigos sin ritos,
sin recintos sagrados,
sin símbolos ni estatuas,
sin dogmas radicales.
Algo en mí se amapola en tus ojos,
me vuelve roja, apasionada, extrema,
me incita al beso de tu hastiada boca
y a bajar por tu esófago
hasta el lugar donde se esconde el miedo
y el ansia de matar y la impotencia.
Soy una trasnochada que remonta
cualquier fatalidad cuando estás cerca
y eres el sacerdote que se lava las manos con mi sangre.
Cada arruga del tiempo te repite
mortalmente desnudo y vulnerable.
Entre mis letras, frágil,
como un niño forzado al homicidio.
IV.
Como una temblorosa profecía
se me presenta el alba sin aviso.
No tengo paz hasta que no regresas
desollando la noche
y escribes la barbarie de tu último mundo
con la mano sin dedos
y la garganta seca.
Polvo, sudor y sangre que me quiere
porque no hago preguntas
cuando conozco todas las respuestas.
El silencio a tu lado es un clamor
que pronuncia mi nombre
si mi amor se descalza frente al tuyo.
V
Algún día tus cartas se enterrarán conmigo,
igual que ahora duermen
la siesta interminable de tu ausencia.
Haré de tus palabras la mortaja
que envuelva mi cadáver
con esa calidez clarificada
que usas para hablarme de los sueños que niegas
porque aún te avergüenzas de tenerlos
en estas circunstancias aberrantes.
Tan sólido, tan duro, tan estoico,
tan protector, tan bicho reactivo,
quién me iba a decir que habría un pan
reservado en tu vientre,
para satisfacer todas mis hambres.
Me has dejado la boca preñada de palomas
que alimentas de noche
cuando se duermen todos los cuchillos.
VI.
Te ha crecido un canto con mi nombre
donde crece el motín y la algarada,
cerca de los estigmas y al galope
de los traumas ocultos para el mundo.
Relincha si se encela
y convoca la lluvia de los viernes,
enronquece de mar y de galerna
y desordena cuando se desata
la garganta del aire que nos une.
Nos ha crecido un canto de ida y vuelta
que se ha comido todas las distancias.
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