Yo creí que en mis ojos habían muerto
las edelweiss de todas las montañas,
los azules tuaregs del gran desierto
y el niágara de sal tras mis pestañas.
Que nunca más la voz. Que no el incierto
aguijón de ansiedad en las entrañas,
ni la virilidad a grito abierto,
ni los celos que tejen mis arañas.
Yo no predije amor, ni fe, ni hombre,
ni ateo que se inmole por mi nombre,
ni comulgante con mis anatemas.
Y en vías de extinción, me resucitas
como una marabunta de termitas
que se nutre, voraz, de mis esquemas.
las edelweiss de todas las montañas,
los azules tuaregs del gran desierto
y el niágara de sal tras mis pestañas.
Que nunca más la voz. Que no el incierto
aguijón de ansiedad en las entrañas,
ni la virilidad a grito abierto,
ni los celos que tejen mis arañas.
Yo no predije amor, ni fe, ni hombre,
ni ateo que se inmole por mi nombre,
ni comulgante con mis anatemas.
Y en vías de extinción, me resucitas
como una marabunta de termitas
que se nutre, voraz, de mis esquemas.
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