Soy Artemisa
y el aire entre mis pechos
no tiene prisa
Si tengo que vestirme de tragedia,
fúnebre plañidera en tu sepelio
con la desolación en la retina
y la esperanza a punto de exorcismo,
lo haré sin vacilar,
mas déjame decirte que el filósofo
se culpa siempre a sí de las desgracias,
del mal entendimiento, de las dudas,
y pasa a ser un número entre esclavos,
el eslabón final de la cadena
que le atenaza el alma.
Si no la rompes tú
¿Quién va a hacerlo en tu nombre ?
¿No conoces de sobra la gris conformidad
con que miramos todos las debacles ajenas?.
Yo te puedo poner la zancadilla
si pasas cabizbajo por mi lado
y te puedo gritar ¡Eh pretoriano
deja la estupidez para otras causas!
¡Despierta del marasmo colectivo!
y al menos tú
enfréntate a tu carne si te enfrenta.
Se te olvidó la cita con el viento.
¿No ves que no le debes al futuro
ni una mísera lágrima?
Cuando los que te pisan los talones
lloren su propio mar de conjeturas,
de frustraciones, de rebeldías todas,
podrán mirarte al fondo de los ojos
y exigirte reflejos ambarinos.
Tu oscuridad es tuya,
no eres reo de nada, ni nadie va a juzgarte
si tú no lo consientes.
Ármate de valor con tu memoria
de pedernal desnudo,
que rebote el cuchillo de la maledicencia
-más agresiva cuanto más cercana-
con su mellado filo.
El tiempo, pretoriano, siempre el tiempo,
sólo el tiempo
reivindica la vida
y pone en su lugar las realidades.
Como una Cantatriz en Nemorales
te empujo a despertar de la tristeza
y a dejar el aullido para el chacal novato.
Te quito la mortaja y el cilicio
y te incito a la guerra silenciosa.
Vuelve a servirte un bourbon
que te atempere la musculatura
y mira cómo el hielo derrite su dureza
-sin estridencia alguna-
al contacto del fuego.
Julio invicto 2006.
y el aire entre mis pechos
no tiene prisa
Si tengo que vestirme de tragedia,
fúnebre plañidera en tu sepelio
con la desolación en la retina
y la esperanza a punto de exorcismo,
lo haré sin vacilar,
mas déjame decirte que el filósofo
se culpa siempre a sí de las desgracias,
del mal entendimiento, de las dudas,
y pasa a ser un número entre esclavos,
el eslabón final de la cadena
que le atenaza el alma.
Si no la rompes tú
¿Quién va a hacerlo en tu nombre ?
¿No conoces de sobra la gris conformidad
con que miramos todos las debacles ajenas?.
Yo te puedo poner la zancadilla
si pasas cabizbajo por mi lado
y te puedo gritar ¡Eh pretoriano
deja la estupidez para otras causas!
¡Despierta del marasmo colectivo!
y al menos tú
enfréntate a tu carne si te enfrenta.
Se te olvidó la cita con el viento.
¿No ves que no le debes al futuro
ni una mísera lágrima?
Cuando los que te pisan los talones
lloren su propio mar de conjeturas,
de frustraciones, de rebeldías todas,
podrán mirarte al fondo de los ojos
y exigirte reflejos ambarinos.
Tu oscuridad es tuya,
no eres reo de nada, ni nadie va a juzgarte
si tú no lo consientes.
Ármate de valor con tu memoria
de pedernal desnudo,
que rebote el cuchillo de la maledicencia
-más agresiva cuanto más cercana-
con su mellado filo.
El tiempo, pretoriano, siempre el tiempo,
sólo el tiempo
reivindica la vida
y pone en su lugar las realidades.
Como una Cantatriz en Nemorales
te empujo a despertar de la tristeza
y a dejar el aullido para el chacal novato.
Te quito la mortaja y el cilicio
y te incito a la guerra silenciosa.
Vuelve a servirte un bourbon
que te atempere la musculatura
y mira cómo el hielo derrite su dureza
-sin estridencia alguna-
al contacto del fuego.
Julio invicto 2006.
Hoy le salvaste la vida al pretoriano.
Le enfrentaste los ojos
y extendiste la mano sobre el arma
para bajar la muerte,
toda reina descalza ante el soldado.
Y con la misma mano
la de firmar con sangre y liberar los pájaros
le plantaste tus regias bofetadas
en el papel en blanco humedecido
de rebelión y tinta
y en el cuero desnudo refrescaste las marcas
de la gloria en la arena de los muertos.
¡Qué son medallas hombre
que no te quita nadie!
Hoy le salvaste la vida al pretoriano.
¡Ave, Señora de Todos los Grimorios!
que detiene la muerte y la acorrala.
Hoy no es el día del pulgar abajo
porque imagino que el negro te queda como a nadie.
Y muerto
me perdería el espectáculo.
Le enfrentaste los ojos
y extendiste la mano sobre el arma
para bajar la muerte,
toda reina descalza ante el soldado.
Y con la misma mano
la de firmar con sangre y liberar los pájaros
le plantaste tus regias bofetadas
en el papel en blanco humedecido
de rebelión y tinta
y en el cuero desnudo refrescaste las marcas
de la gloria en la arena de los muertos.
¡Qué son medallas hombre
que no te quita nadie!
Hoy le salvaste la vida al pretoriano.
¡Ave, Señora de Todos los Grimorios!
que detiene la muerte y la acorrala.
Hoy no es el día del pulgar abajo
porque imagino que el negro te queda como a nadie.
Y muerto
me perdería el espectáculo.
Obviando las tonterías que le suelo decir con mis poemas, creo que este Libre, como el del Arcángel, son de las mejores cosas que le he leído, cada una en su estilo.
Es un lenguaje maduro, que apela a la verdad, sin artificios, con la rotundidad de quién sacude al desvanecido o auxilia al ahogado. Con precisión de conocer lo que hay que decir, cuando el otro planta la rodilla en tierra y se desarma y llora.
¿Debería tal vez reprocharle alguna asonancia pecado capital, como ajenas/cadena? ¿Alguna coma? ¿La repetición de duda/dudas en pie de rima en versos demasiado próximos?
De no hacerlo,¿piensan mis demás compañeros que la estaría alabando, elogiando, ensalzando, con una obsecuencia ritual inconfesable, para ser favorecido por alguna prebenda?
Ah, pues, entonces le diré a la multitud de silentes que han pasado por el poema en un mutismo impúdico :
Esta mujer que ha escrito este poema, ME HA SALVADO LA VIDA.
Para esto, sirve la poesía también.
Para que el desesperado entienda el código del que le tiende la mano y no se hunda.
Y que me desmientan los originalísimos, los resemantizadores, los surrealistas, los iluminados, los preceptistas y los custodios del DRAE.
Esto señores, es el poder de la palabra.
Alejandro Salvador Sahoud
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Zugzwang
Qué poca piedad ha llegado a mis manos.
Zugzwang
Qué poca piedad ha llegado a mis manos.
(Porque, a veces, un poema no tiene sentido sin otro)
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