No sé cuando perdí el miedo a la palabra
para nombrarte entero o ignorarte a pedazos.
Ahora que vas desnudo las cosas se complican
porque siempre es más fácil ser la marchita flor
en el ojal de un traje bien planchado,
que enfrentar tu erección constante ante los ojos
con esa obscenidad de la inocencia endógena
conque se dan los hombres desvalidos.
Comparados contigo, todos salen perdiendo,
por eso mismo estás tan solitario
como un sherpa en un tibet de papel anacrónico,
expuesto a la intemperie
de las hembras de escarcha que lo habitan.
Ni siquiera el silencio te oculta a las miradas,
porque no hay nada en tí que no se transparente.
Tu sombra de ciprés escala cementerios,
solfatara en el aire de un cadáver cristálico.
Me comes y me bebes con el insomnio a cuestas,
me estás desvariando como a otras
evisceradas-cínicas-caníbales
que están en la recámara
de tu tensa memoria.
Empecinado estás en elegirme,
de triste clavo ardiendo al que agarrarte
-relámpago de piel soliviantada-
desde tu libertad más claustrofóbica.
Deberías casarte con una mujer mansa,
cuidar de una Medea circunspecta
de tierna boca y luz inagotable.
Desandar los caminos que no llevan a Roma
y alejarte de los despeñaderos
donde el disturbio pisa irrealidad
con los dos pies negados al futuro.
Nunca arderá París en el motín sonoro
de cuanto verso lúcido pudieran regalarte,
no existen Casablancas tras las lenguas de cloro.
Vas tan desnudo que... van a matarte.
para nombrarte entero o ignorarte a pedazos.
Ahora que vas desnudo las cosas se complican
porque siempre es más fácil ser la marchita flor
en el ojal de un traje bien planchado,
que enfrentar tu erección constante ante los ojos
con esa obscenidad de la inocencia endógena
conque se dan los hombres desvalidos.
Comparados contigo, todos salen perdiendo,
por eso mismo estás tan solitario
como un sherpa en un tibet de papel anacrónico,
expuesto a la intemperie
de las hembras de escarcha que lo habitan.
Ni siquiera el silencio te oculta a las miradas,
porque no hay nada en tí que no se transparente.
Tu sombra de ciprés escala cementerios,
solfatara en el aire de un cadáver cristálico.
Me comes y me bebes con el insomnio a cuestas,
me estás desvariando como a otras
evisceradas-cínicas-caníbales
que están en la recámara
de tu tensa memoria.
Empecinado estás en elegirme,
de triste clavo ardiendo al que agarrarte
-relámpago de piel soliviantada-
desde tu libertad más claustrofóbica.
Deberías casarte con una mujer mansa,
cuidar de una Medea circunspecta
de tierna boca y luz inagotable.
Desandar los caminos que no llevan a Roma
y alejarte de los despeñaderos
donde el disturbio pisa irrealidad
con los dos pies negados al futuro.
Nunca arderá París en el motín sonoro
de cuanto verso lúcido pudieran regalarte,
no existen Casablancas tras las lenguas de cloro.
Vas tan desnudo que... van a matarte.
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