Su ciudad es la mía.
Su escándalo mi paz,
la lengua de mi sombra,
que cuando de silencio me traspasa,
abierto ante mis dudas como un interrogante,
y he de amortajarme para morirme sola,
vuelvo a ser
esa gata deshabitada
-con pelo de arrabal
y ojos de suburbio-
que se encontró en mitad del despropósito,
y le recuerda, arisca,
que el hambre es un estado
del que nunca se sale.
Con los dedos extraños me recorro la cara
en un intento vano de reconocimiento,
como si el último tornado
no me hubiera borrado las facciones
y pudiera seguir sobre la cuerda floja
haciendo equilibrismos
de cúpula a tejado
doblando la columna hasta lo inverosímil,
tensa la mente
como si fuera un músculo,
un resorte
para el salto final al esperpento.
No me voy a quejar,
su ciudad es la mía,
y de algo hay que morir sobre el asfalto,
porque florezcan lirios de su piel luctuosa.
Pocas se autodestruyen
como yo
convirtiéndolo en arte
hermosamente inútil.
Su escándalo mi paz,
la lengua de mi sombra,
que cuando de silencio me traspasa,
abierto ante mis dudas como un interrogante,
y he de amortajarme para morirme sola,
vuelvo a ser
esa gata deshabitada
-con pelo de arrabal
y ojos de suburbio-
que se encontró en mitad del despropósito,
y le recuerda, arisca,
que el hambre es un estado
del que nunca se sale.
Con los dedos extraños me recorro la cara
en un intento vano de reconocimiento,
como si el último tornado
no me hubiera borrado las facciones
y pudiera seguir sobre la cuerda floja
haciendo equilibrismos
de cúpula a tejado
doblando la columna hasta lo inverosímil,
tensa la mente
como si fuera un músculo,
un resorte
para el salto final al esperpento.
No me voy a quejar,
su ciudad es la mía,
y de algo hay que morir sobre el asfalto,
porque florezcan lirios de su piel luctuosa.
Pocas se autodestruyen
como yo
convirtiéndolo en arte
hermosamente inútil.
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