No intento convencer a ningún dios
de mi existencia inútil.
No golpeo en la puerta que se cierra en mi cara
aunque se esté muriendo por abrirse.
Ni clavo alfileritos en tu sexo de aire
ni lloro lo perdido, si nunca ha sido mío.
Cada Cristo su cruz, cada hombre su daga,
y el amor que fluctúa en la boca de tantos
para quien necesite huir, desengancharse
de la cuerda de presos que conduce al penal
promisorio de olvido
para la sangre rota.
Lo más feroz de mí es el silencio
con que encajo el portazo incontestable
que nunca escribiré sin tu saliva.
Un silencio más cruel
que el susurro de tinta enamorada
que pueda estar de paso por mi boca.
Desordenarte a tí,
terco animal de laúdano,
me anestesia el instinto
con que devuelvo el golpe y el cariño.
No me prediques más.
Yo tampoco soy buena compañía.
de mi existencia inútil.
No golpeo en la puerta que se cierra en mi cara
aunque se esté muriendo por abrirse.
Ni clavo alfileritos en tu sexo de aire
ni lloro lo perdido, si nunca ha sido mío.
Cada Cristo su cruz, cada hombre su daga,
y el amor que fluctúa en la boca de tantos
para quien necesite huir, desengancharse
de la cuerda de presos que conduce al penal
promisorio de olvido
para la sangre rota.
Lo más feroz de mí es el silencio
con que encajo el portazo incontestable
que nunca escribiré sin tu saliva.
Un silencio más cruel
que el susurro de tinta enamorada
que pueda estar de paso por mi boca.
Desordenarte a tí,
terco animal de laúdano,
me anestesia el instinto
con que devuelvo el golpe y el cariño.
No me prediques más.
Yo tampoco soy buena compañía.
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