Dichoso tú que ni siquiera dudas
de ser lo que no eres
y ante los ojos tienes la evidencia
que los ciegos no vemos.
Que no te tocan sombras
por ser la sombra misma de lábil carcajada
y que no te detienes más que en tu exacto ombligo
de universal reclamo.
Dichoso tú, tan sediento de ti que te amaneces
licuado por beberte
y te haces pan de almortas vespertinas
para mordisquearte desde el íntimo exilio.
Qué delirio te asiste,
qué febril latinismo te distancia del resto
de anónimos frustrados.
Qué te mantiene rígido como una estatua griega
que nunca se arrodilla y a pedazos
cede su cuerpo al tiempo.
Dichoso tú que estás acostumbrado
a verte con los ojos comprensivos
de los que más te aman
(los que no querrás nunca
porque sólo te quieres a ti mismo)
y nunca te has mirado sin la venda
que cubre las heridas del futuro.
Por debajo de ti, dichoso tú,
un prodigio de flores donde hundirse
y el beso disponible en labios mansos.
En el silencio de gemas destellantes
sólo un secreto: el mío.
Me das asco.
de ser lo que no eres
y ante los ojos tienes la evidencia
que los ciegos no vemos.
Que no te tocan sombras
por ser la sombra misma de lábil carcajada
y que no te detienes más que en tu exacto ombligo
de universal reclamo.
Dichoso tú, tan sediento de ti que te amaneces
licuado por beberte
y te haces pan de almortas vespertinas
para mordisquearte desde el íntimo exilio.
Qué delirio te asiste,
qué febril latinismo te distancia del resto
de anónimos frustrados.
Qué te mantiene rígido como una estatua griega
que nunca se arrodilla y a pedazos
cede su cuerpo al tiempo.
Dichoso tú que estás acostumbrado
a verte con los ojos comprensivos
de los que más te aman
(los que no querrás nunca
porque sólo te quieres a ti mismo)
y nunca te has mirado sin la venda
que cubre las heridas del futuro.
Por debajo de ti, dichoso tú,
un prodigio de flores donde hundirse
y el beso disponible en labios mansos.
En el silencio de gemas destellantes
sólo un secreto: el mío.
Me das asco.
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