Yo te dejo marchar de piel y boca
de corazón y tripas y maldades,
volver a tus promiscuas soledades
cuando la vida, puta, te trastoca.
Yo dejo que te mueras en mis ojos
y te nazco en mi carne cuando quiero,
crudelísimo, impío y altanero
o enternecido sobre mis despojos.
Te dejo ser capaz de no tocarme,
permito que me olvides al mirarme,
y ser narciso absorto en tu reflejo.
Como el ángel narcótico de un nicho
yo te entierro conmigo, a mi capricho,
cada vez que traspasas el espejo.
de corazón y tripas y maldades,
volver a tus promiscuas soledades
cuando la vida, puta, te trastoca.
Yo dejo que te mueras en mis ojos
y te nazco en mi carne cuando quiero,
crudelísimo, impío y altanero
o enternecido sobre mis despojos.
Te dejo ser capaz de no tocarme,
permito que me olvides al mirarme,
y ser narciso absorto en tu reflejo.
Como el ángel narcótico de un nicho
yo te entierro conmigo, a mi capricho,
cada vez que traspasas el espejo.
Cruda y bella. Me encanta.
ResponderEliminarGracias Manuel. Un soneto más. Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarNo veo tu cara entre los pocos seguidores del blog. ¿No estuviste nunca o es que te borraste?
Entiendo poco de esto aún, sorry, pero todo se andará (ríome).
Que fuerza en estos versos...
ResponderEliminarEs todo un desgarro de lágrimas...Eso si, con orgullo..
Me ha encantado
Besos¡¡
no sé si orgullo, Leni, digamos que hay una cierta seguridad y hasta una cierta prepotencia en la voz que asume ese poder sobre otra persona.
ResponderEliminarSi te gustó, mejor.
Seguimos, poeta.