Me inventas a tu exacta medida
y no me puedo llamar a engaño,
porque lo sé.
Tomas de mí aquello que te gusta,
lo que te inspira, excita, acorrala
y escupes lo demás como si fueran huesos de cerezas.
Hay muchas formas despreciativas,
¿la peor? el silencio
por lo que implica de indiferencia feroz.
Uno se va al silencio poco a poco,
se adentra en él cuando el vacío
le gana la batalla a los asombros,
y se instaura en las sienes de la insatisfacción.
No hay nada que decir y es más,
no importa lo que puedas preguntar
porque no te interesan las respuestas,
y los vocablos mueren casi amnésicos
antes de haber nacido.
Tu silencio es una catacumba
con el paso prohibido,
es la ergástula pétrea del deseo,
el cadalso de la voz guerrillera.
No hay daga comparable a tu silencio
tajeando mi noche de Walpurgis,
por más que te conozca lobizón sordomudo.
Llevo días mirando tu silencio
estirarse en mi cama, a mi lado,
a la vez que me estiro,
boa constrictor de la introversión
midiéndose conmigo, por saber,
cuando podrá tragarme.
Y es que el silencio es
sollozo interminable, eco siniestro,
macabro diente
de una atronadora e iracunda jauría,
cuando sólo se tiene la palabra
para poder amarse.
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